Nathy Peluso y una niña que ríe.

Nathy Peluso y una niña que ríe.

Mis vecinos son una pareja joven que tienen una niña de cuatro años. La habitación de la niña comparte pared con la mía, por lo tanto, digamos que, al otro lado de la pared de mi habitación, duerme una niña de cuatro años que escucho cómo llora todos los días: mañana, tarde, y noche. La niña grita y la niña ríe; grita y llora más que ríe. Entre sus llantos y sus risas siempre escucho cómo se cuela la voz del padre, tímida y poco eficaz, como una palabra en una tormenta: Sofía, por favor. Venga ya.

A mí este asunto no es una cosa que me quite el sueño, nunca mejor dicho. Todos hemos sido pequeñajos llorones alguna vez y a día de hoy, no es difícil recordar al menos un enfado o un llano de nuestra infancia que fue mayúsculo.

El caso es que, hace algunos días, el llanto fue sobresaliente y, como yo estaba escribiendo y necesitaba concentrarme sentí que ya no podía más y que la única solución que tenía era escuchar algo de música. Elegí la última canción añadida a mis canciones favoritas: Delito, de Nathy Peluso. Como quería detener aquello —no por mí, por la niña—, le di volumen sabiendo que la niña y los padres escucharían la canción. «Todo lo que dije. No me importa cuándo. Me miras con esa maldad. ¿No ves que a mí no me asusta? Puedo ser injusta. Si vos me venís a buscar…»

Para mi sorpresa, el llanto de repente se convirtió en risa. Escuché también alguna carcajada de los padres que dijeron alguna palabra que se perdió en la pared. Seguro que se miraron el uno al otro con cara de póker.

Si algún día, en un futuro, esa niña recuerda cómo pasaba del llanto a la risa, quiero que recuerde a Nathy Peluso. Si algún día, esa niña llora, quiero que los padres sepan que la solución es Nathy Peluso


Ilustración de portada de Maira Klévelé Alio