Madrid es esto (I)

Madrid es esto (I)

Historias cotidianas (o no) sobre los días en Madrid:

I. La actriz

En el evento de una revista muy famosa que se celebraba en un hotel muy famoso de Madrid conocí a una actriz muy famosa. Ella, más simpática de lo que yo esperaba, no me conocía —obviamente—, pero, tras bajar de un coche negro muy elegante, se plantó a mi lado y me lanzó cuatro palabras con una certeza de arquera profesional. Fueron tan buenas aquellas palabras que ni siquiera las recuerdo con nitidez, me despistaron por completo. Me descolocaron. Todavía hoy las busco a veces en mi cabeza.

El caso es que yo estaba trabajando haciendo fotografías para una marca que patrocinaba dicho evento, y a mí me dio la sensación de que ella pensaba que yo debía ser un actor o algo así. Una nueva promesa, como los de Élite. Otro invitado más. Es algo que intuí porque me lanzaba sonrisas como en una de esas películas de Hollywood en blanco y negro. Puede que hiciera eso porque, en el mismo instante en el que nos cruzamos la primera mirada, yo agarraba un gin tonic con una elegancia innata y me sentía parte de todo aquello. Si no a mí de qué.

Al llegar a casa, me quité el traje, colgué la corbata en el pomo del armario y me metí en la cama. No pegue ojo, estuve toda la noche dándole vueltas a aquella sonrisa ensayada, como un adolescente enamorado. Pero, sobre todo, sobre todas las cosas que pasaban por mi cabeza, lo que realmente me quitó el sueño fue pensar en qué serie o película —en el supuesto caso de que fuese actor— podría salir un personaje como yo.

II. Hasta Olavide

Últimamente, todos mis paseos los domingos por la mañana terminan en la Plaza de Olavide. Hay algo que tiene esa plaza que no tiene el Retiro, por ejemplo. Todavía no lo sé, el caso es que salgo de casa, me subo a una bicicleta de BiciMad en Nuevos Ministerios, bajo hasta Iglesia, sigo por Eloy Gonzalo y aparco la bicicleta en una parada que hay al lado de la simpática Taberna La Mina. De ahí, camino por Trafalgar hasta llegar a la Plaza de Olavide. El sol se cuela entre las hojas de los árboles y arbustos con un color especial y forma dibujos en el suelo. Dos o tres señores, fuman y arreglan el país sentados cada uno en un banco. 

Cuando el reloj marca las 11:30, empiezan a llegar familias con niños cargadas de bicicletas, pelotas y trastos. El niño se cansará a los minutos de la bicicleta y enseguida exigirá otro juguete. Entretenimiento a raudales.

Cuando el reloj marca las 12:30, no queda ni rastro de aquellos dos o tres señores que fumaban y arreglaban el país, pero yo les he visto, han estado ahí sentados un domingo más.

III. El Mercado Maravillas

Vivo encima del Mercado Maravillas de Madrid, al que bajo —no nos engañemos— muy de vez en cuando. A veces, solo bajo a pasear. Me gusta el ambiente y el bullicio que se crea en este tipo de mercados y las gracietas y juegos de palabras de los vendedores. Estos sí que saben vender.

La curiosidad por este mercado me ha llevado a buscar en Google algunas reseñas y opiniones de clientes, de las que me gustaría destacar las que más me han gustado:

«Muy variado mercado de barrio. Hay, de modo añadido, multitud de pequeñas tiendas, por ejemplo, para hacer duplicado de llaves».

«Mercado auténtico de Madrid. No es un producto de marketing».

Y esta, para cerrar, mi favorita con diferencia. Dice así: «Una verdadera maravilla, como su nombre indica».


Ilustración de la portada: Fernando Vicente